By Edgar R
Tal vez desde una perspectiva general la vida sea de
una tonalidad grisácea ya que los triunfos no son pan de cada día, o las
grandes coincidencias sólo se puedan dar a cuentagotas, por tal motivo me
pareció bueno revivir esa tarde en este corto texto, teniendo como componentes
a dos compañeros, el primero Pablo alguien que denota seguridad siempre (o casi
siempre) formal hasta el cansancio que adora al Che, y La segunda es Gabriela,
de carácter optimista siempre en la vanguardia de todo lo que respecta a la
moda, nada tímida y con una sonrisa capaz de desordenar cualquier prejuicio,
tal día el sol paseaba presuroso o nuestros relojes eran los erróneos. Era un
viernes, eso es seguro.
La obertura ahuyentaba al
silencio, en las aceras los sonidos y prisas se mantienen sin vacilaciones, así
es siempre, desde el balcón veo el movimiento, cada cual sigue su guión, no
hacen preguntas, el vértigo les transforma, levanto la vista y no encuentro
belleza en el atardecer, Pablo destierra la última coletilla de cigarro y
Gabriela no deja de observar el horizonte, lo absurdo de la vida puede ser tan
irritante.
Y en Mozart encuentro nuevos
bríos que decoran la caída del sol, la musicalidad de la ópera no da descanso,
es como entretenerse en laberintos de pesadumbre y alegrías, pero dejando entrever las melodías más
acarameladas, me sostengo en la baranda mientras la brisa se encarga de
desterrar preocupaciones sin fundamentos, y como el Belmonte más decidido creo
en la historia que encarnamos, en todo lo que somos, aunque nuestras ideas no
puedan nunca trascender.
El acto II mantiene el ritmo,
la naciente historia parece reducirse a pesares, aún así Pedrillo se sostiene
en esperanzas ilegítimas, recordando nuestra existencia y de aquellas personas
que cambian el sentido histórico, incluso hay las que viven sus días como la
más grande utopía. A todo esto se da el reencuentro de nuestro héroe y su amada
Constanza, como representando la acción
más temida por parte de ambos, el reconocimiento se conjuga con la voluntad,
entendiendo que sus plegarias se sostienen en la más absoluta fe, con esa
capacidad de no atender reglas establecidas y considerar al amor como la
esencia más determinante.
El Rapto de Serrallo está
llegando a su fin, entrelazando soluciones dinamitadas, bajo la perspectiva de
un humanismo bastante distante, el coro empieza su alabanza, así también las
calles se tornan inhóspitas, el conjunto de violines sueltan su alegría
generando un júbilo insospechado de aquellas formas que deberían pasar al plano
real, el sol ya no se divisa, en la acera los transeúntes dejan de pasear, en los diarios aparecen nuevos rastros de
violencia, y en la televisión la cultura
no logra despuntar, viejos idealistas sueñan una revolución, por mi parte vuelvo a mirar a Pablo que finge
un bostezo intentando encontrar en ello una excusa para mirar a Gabriela, por lo que simplemente río.
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