Ni mito ni estrella ni diva. Cuando se quita el maquillaje, la peluca y el traje... «ya no eres la Caballé, solo Montserrat». Está última es la que responde al teléfono, una mujer que podría presumir de lo que quisiera y que sin embargo habla con una humildad que asombra. Es lo que tienen las grandes. A estas alturas lo más importante para Montserrat Caballé no es cantar en los primeros escenarios del mundo, ya lo ha hecho, sino ayudar a quien lo necesita. Lo volverá a hacer el 23 de junio, junto a su hija Montserrat Martí y Nikolay Baskov, en el concierto que dará en el Hotel Puente Romano de Marbella a beneficio de The Children For Peace, una ONG que lucha por los derechos de los niños en lugares como Etiopía y Palestina.
–Lleva toda la vida en la lírica, ¿mira atrás con nostalgia?
–Nunca miro atrás, siempre al hoy y al futuro. No tengo tiempo para mirar atrás, tengo mucho trabajo.
–Tiene compromisos hasta 2016...
–De momento, sí. Pero eso no quiere decir que no continúe (risas).
–¿No le agobia tanta planificación?
–No sabría vivir sin la planificación de en mayo me toca esto, en marzo lo otro... No podría. Tengo el calendario hecho desde hace tantos años que sería muy difícil mirarlo y no saber dónde estoy.
–Imagino que ahora será muy selecta con lo que hace.
–Tengo muchos contratos, tanto en óperas como en conciertos. Pero también tengo muchos en organizaciones a las que pertenezco y que, lógicamente, son prioritarias para mí. Después de tantos años de caminar por el mundo, ves cosas que darías lo que fuera para no verlas. Cuando hay alguna organización no gubernamental que verdaderamente ofrece garantías de ayudas, esto es algo que mueve mucho y, además, enriquece. Ves que eres útil para algo y no solo para entretener a la gente. Y con The Children For Peace sabes que todo llega a donde tiene que llegar.
–¿Confía en que un mundo mejor es posible?
–Sí, sin duda, porque hay tanta gente que lo quiere...
–¿Echa en falta una mayor implicación de los rostros populares?
–Hay muchos que lo hacen actualmente. Es como si se hubiera puesto de moda. Se empezó hace muchos años con pocos y fue creciendo. Ahora la necesidad es tan grande, los viajes a todos estos lugares son tan intensos... que verdaderamente te involucras aunque no puedas.
–Cuando se ha llegado a lo más alto de una carrera, ¿cuál es la motivación para subirse al escenario?
–El amor que tienes a tu profesión, el respeto que tienes a la música, el deseo que tienes de reivindicar músicas que se olvidan. Es importante que las obras que duermen en el olvido resuciten y se hagan. Yo tengo esa obsesión de toda la vida y me llena de alegría ver que obras que yo traje al escenario después de 100 o 200 años hoy día se hacen.
–Da la impresión de que es incapaz de quedarse en casa tranquila.
–No, no... eso no funciona conmigo (risas). Es verdad, me parece que pierdo el tiempo, fíjese qué cosas.
–Hace poco tuvo que dejar claro que el año que viene, a los 80, no se retira. Y no es la primera vez que tiene que desmentirlo...
–Debe ser que no les gusto (risas).
–No hay fecha.
–No.
–Pasó de ser una niña humilde a cantar en el Metropolitan de Nueva York. ¿Cómo lo hizo para no dejarse deslumbrar?
–Tuve la suerte de tener unos padres maravillosos que lo que más deseaban era que sus hijos no fueran nunca lumbreras luminosas, que si se encendía la luz fuera por el esfuerzo y la devoción al trabajo, pero por nada más. El hecho de tener una buena carrera y hacerlo bien es porque transmites bien el mensaje de un compositor, pero nunca porque haces exhibición personal. Eso fue algo que nos inculcaron a mi hermano y a mí. Por la vida hay que caminar derecho y, sobre todo, con el corazón abierto a quien necesita un corazón. Cuando has estado en lugares donde hacen falta tantos corazones, es muy fácil ofrecerte para ayudar.
–Ahora tiene a la familia muy cerca. Cantar con su hija le provocará una emoción especial...
–Es una emoción especial. Sobre todo el hecho de participar las dos no solo en un concierto público, sino en conciertos benéficos.
–Y a favor de los niños, el futuro.
–Son el futuro. Tanto en enfermedad, como en escolarización, como en alimentación. Porque tienen que nacer y crecer sanos, con la garantía de que serán jóvenes fuertes de físico y espíritu para crear una humanidad mejor, que puedan hablar, que haya un diálogo, no solo un monólogo, que se respeten cada uno con sus ideologías, sus formas de pensar y sus propias tradiciones.
–¿Su trabajo le ha obligado a renunciar a mucho?
–Me ha obligado a renunciar a estar más tiempo con mis padres antes de que se fueran al viaje eterno; y a estar menos con nuestros hijos, aunque veníamos siempre que podíamos.
–¿Ser trotamundos es lo que peor ha llevado de su profesión?
–Es difícil y duele. Eso sí que lo añoras cuando estás por esos sitios lejos de tus hijos y tu familia. La soledad tiene que ser sostenible y eso lo hemos procurado hacer tanto mi esposo como yo. La ilusión en esos momentos era un pasaje en el próximo avión que te llevara a casa.
–El éxito se acompaña de soledad.
–Sí, porque las amistades son muy buenas y los colegas también, pero cuando cae el telón y vas al hotel la soledad es grande. La sientes más que en otros lugares, estás muy sola.
–¿Cómo se consigue que el mito no anule a la persona?
–La gente cree estas cosas, se agradecen, porque te quieren, pero tú no te sientes eso. Solo eres una persona que has nacido con una voz, que has estudiado para esto, que se maquilla, se peina y se viste lo mejor posible para salir al escenario. Pero cuando te quitas el maquillaje, la peluca y el traje no eres la Caballé, eres Montserrat nada más. Vas al hotel, cenas con algunos amigos... y eso no es ser un mito, es ser un ser humano que trabaja y le gusta lo que hace.
–¿Son malos tiempos para la lírica?
–Sinceramente no, corren buenos tiempos. Hay mucha afición, mucha más sensibilización de la gente. Incluso hay más jóvenes, sobre todo ahora que se ha unido la lírica con lo moderno, con el pop, con el rock... Ha sido un gran paso para que a la juventud le guste la ópera. Recuerdo que en la Ópera de Viena, con el maestro Claudio Abbado, hicimos la obra de Rossini ‘Il viaggio a Reims’ y vino un grupo de jóvenes muy roqueros. Traían discos de ‘La Bohème’, ‘La Traviata’ y también el LPde Freddie Mercury ‘Barcelona’. Los chicos me decían: «Queríamos saber quién era la persona que gritaba de esa manera con Freddie» (risas).
–Es muy creyente. ¿Reza antes de salir al escenario?
–Siempre rezo a Dios. Y leo mucho el ‘Génesis’.
–Comentaba en una ocasión que parecía que ahora estaba mal visto decir que se es religioso...
–Algunas veces sí, da como miedo a mucha gente. ¿Qué raro verdad? Dios nunca hace nada, son los hombres quienes los tergiversan todo.
–¿En casa se escucha algo que no sea lírica o clásica?
–Hace tiempo que no escuchamos nada porque el trabajo es tan grande... Entre hacer maletas, el viaje, el estudio... no puedes. Es un no parar, pero mientras el cuerpo y la mente aguanten, seguiremos.
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