lunes, 28 de mayo de 2012

¡Lo de diva es ridículo! MONTSERRAT CABALLÉ


Montserrat Caballé: "¡Lo de diva es ridículo! ¿Qué tengo yo de divina? ¡Nada!"




Se cumple el cincuentenario de su debut en el Liceo de Barcelona. Se han celebrado homenajes, conciertos, edición de grabaciones históricas... El mapa de sus éxitos es tan extenso como su repertorio. Pero, más que las conmemoraciones, hoy se diría que lo que le ilusiona sobre todo es la agenda llena de actuaciones hasta 2016. Muchas, con su hija -Monsita-. Esas actuaciones y su nieta, que asiste a esta entrevista en brazos de la secretaria que acompaña desde siempre a Caballé, son un aliciente muy especial en su vida. Y no por los 80 años que va a cumplir enseguida, sino porque esta gran dama del bel canto es así, lo más lejano al tópico de la diva. Una mezcla de sencillez franciscana y realismo payés que parece de otra época.
XLSemanal. Después de 50 años cantando, a usted los nervios ya no le afectarán...
Montserrat Caballé. Claro que sí. Nunca se van, y quien diga lo contrario miente. Subes con muchos nervios, pero sabiendo que vas a servir a un gran artista, el compositor, que ha creado algo mágico que tú no tienes que destrozar por hacer un agudo más largo, o por lucirte con cualquier extravagancia. Vives el personaje, la melodía. Es algo muy especial. Y muy difícil de explicar.
XL. Es una actitud casi religiosa...
M.C. Sí. Salir a un escenario es casi como ir a un altar. Se debe ir con una actitud de respeto hacia la música.
XL. Cuando empezó cantaban Callas, Tebaldi, Horne... Competir con ellas debió de ser duro.
M.C. Yo empecé cantando Mozart y Strauss. Me encontraba cómoda ahí. Yo creía que no servía para el bel canto. Que todo ese «tara-riro-riro...» no lo sabría hacer.
XL. Callas fue quien la convenció para interpretar bel canto...
M.C. Sí. La soprano Joan Sutherland me regaló su partitura de la Norma anotada por ella. Y me dijo: «Te la doy porque esta es una obra para ti». Yo intenté cantarla, y me salía, pero tenía tantas dudas que, estando en París, se lo comenté a María. Nunca se me olvidará lo que me dijo; lo tengo hasta escrito: «Yo canto la Norma como si fuera una Medea. Tú tienes que cantarla como el cisne que Bellini quería. Tienes la voz para hacerla así». Le hice escuchar algunas frases que a mí me costaban. Y me decía: «¡No!, porque quieres darle empuje. No se lo des. Cántalo con tu sonido bello». Y me convenció.
XL. De modo que eran muy amigas...
M.C. Sí. ¿Sabe por qué, admiraciones aparte? ¡Por los dientes! Yo tenía falta de calcio, como ella. Se nos rompían continuamente y compartíamos dentistas.
XL. Y las dos fueron niñas pobres. Usted durmió con su familia en la calle, en la Plaza de Cataluña concretamente...
M.C. Sí, fue después de la guerra. ¿Quién no pasó penurias entonces? Nos sacaron de casa porque no podíamos pagar.
XL. Como pasa ahora...M.C. Sí, pero entonces no había hipotecas, vivíamos de alquiler... Y sí, María también era de familia humilde, y esas cosas marcan. Había una afinidad que no tenía nada que ver con nuestro trabajo. Yo creo que ella me quería mucho como persona. Le decía a mi marido: «No dejes nunca a tu mujer, porque es lo más preciado que ella tendrá. Más que la carrera». Era muy buena persona. La gente no la conocía ni la conoce. Era superencantadora.
XL. No es esa la imagen que se tiene de ella.
M.C. Lo sé. Recuerdo una vez que yo cantaba en el Metropolitan de Nueva York y vino a verme a escondidas, entre bambalinas. Me dijo que no iba a butacas porque se armaría un escándalo.
XL. Esa leyenda que circula sobre los celos y las zancadillas entre divas el odio entre Tebaldi y Callas, ¿es cierta?
M.C. No. Es leyenda. Yo he estado con las dos: Renata admiraba la voluntad y la fuerza de María; y María admiraba la dulzura y los pianos de Renata. Lo que pasa es que Callas se tomaba los ensayos muy en serio. No admitía bromas ni distracciones. Eso le creó fama de dura.
XL. ¿Qué hace falta para ser una gran diva?
M.C. Nada. Cuando amas tu profesión, no esperas nada. Solo que guste.
XL. ¿Y no le gusta que la consideren una gran diva?
M.C. Ay, no ¡Es ridículo! 'Diva' viene del griego, quiere decir 'divina'. ¡Ya me dirá usted que tengo yo de divina! Nada. Es algo que te atribuyen los demás, pero no tiene nada que ver conmigo. Es como el fútbol, esa rivalidad entre el Barcelona y el Madrid. A mí me encanta el fútbol, ¡pero me encanta ver jugar, no que se peleen! Y yo soy del Barça, pero nadie me quita que me encante Casillas, porque es uno de los mejores porteros del mundo. Y, además, humilde.
XL. En la ópera actual, el verdadero divo se diría que es el director de escena...
M.C. Hoy en día, según dicen, la interpretación tiene que ir hacia el siglo XXI o XXII. De modo que hacen mover a los artistas de forma distinta a la escrita por el compositor. Eso es muy complicado. Hay directores de escena muy modernos que lo hacen muy bien. Yo hice unaSalomé con Bob Wilson, en la Scala, inolvidable. Pero tampoco he visto tantas versiones de esas. Con todo, me parece bien que se programen cosas actuales en los teatros de ópera, como La vida y muerte de Marina Abramovic.
XL. ¿Le gusta Mortier, que está al frente del TeatroReal de Madrid?
M.C. Nunca he trabajado con él, supongo que nunca fui santo de su devoción. Pero creo que está muy seguro y quiere innovar. Y eso merece admiración, porque se necesita mucho coraje para dirigir un teatro de ópera y poner eso en escena. No todo el mundo tiene el valor de hacerlo.
XL. No es fácil atraer al público joven a la ópera. Ahora, el físico de las cantantes emociona tanto como la música...
M.C. ¡Sobre todo en los desnudos!
XL. Antes, todos los cantantes -hombres o mujeres- eran muy corpulentos. Pero ahora a usted seguramente la habrían mandado al quirófano...
M.C. Es que ahora quieren figurines de pasarela, alguien que canta, que actúa, que hace lo que sea. Yo recuerdo en Baile de máscaras que al principio estaban todos sentados en el váter, leyendo el periódico. Y en el número santo del cementerio, ella tenía que hacer el acto sexual con una persona echada en el suelo. Cantar el aria mientras, perdone la expresión, la estaban jodiendo.
XL. Anna Netrebko comentó que una Traviata entrada en kilos no podía emocionar a nadie... Que Caballé era la excepción.
M.C. ¿Eso ha dicho? De todas maneras, me parece que tiene que ser muy decepcionante para una joven cantante que empieza salir al escenario después del esfuerzo, de tanto tiempo aprendiendo, y encontrarse con que lo más interesante es su cuerpo.
XL. Pero se prestan...
M.C. Es que, si no, no tienen trabajo. Todo es un poco hollywoodiano hoy en día.
XL. Usted ha cantado con los más grandes...
M.C. Con Plácido, Luciano y Carreras. Son los tres tenores de mi vida. He cantado con ellos todo el repertorio habido y por haber. Y no podría escoger entre uno y otro. Cada cual tenía su forma de hacer. Pero los tres se entregaban mucho. Por eso, me sentía tan cómoda con ellos.
XL. ¿Su marido nunca ha tenido celos?
M.C. No. Solo le molestaba que me gustara tanto cantar con Zubin Mehta. Y que cantáramos mañana, tarde y noche. Pero son íntimos amigos. Y él nunca ha sido celoso. Solo le entristecían las largas ausencias, como a mí.
XL. Creo que cuando vivía en Estados Unidos, llamaba a su casa para preguntar si habían parido los cerdos...
M.C. Sí, y las vacas también. En esa época no había móviles. Pedíamos la conferencia y había que esperar lo suyo para poder hablar. Yo preguntaba: «¿Cómo están los niños?, ¿han comido bien?», porque nosotros quisimos que estudiaran en España. Vivían mis padres y cuidaban mucho de ellos. Pero, aunque estuviéramos separados, ¡fueron años tan maravillosos! Porque estábamos unidos. Mi único miedo era que, cuando volviera, no me conocieran lo suficiente.
XL. Parece que no ha habido momentos malos para usted en el mundo de la ópera.
M.C. Un momento muy difícil fue en Norma, dirigiendo Lavelli. Yo tenía que cantar la Casta Divasubida encima de una tanqueta con una metralleta al hombro. Dije: «Esto no lo hago». Entonces me pusieron un proceso, porque yo dije que la cantaba en una esquina; que hacía la voz, pero que el personaje lo interpretara otra. Y gané el juicio. No te pueden obligar a hacer una cosa que va contra la obra en sí.
XL. ¿El público cambia de un país a otro?ç
M.C. No. Lo que cambia es la manera de manifestar su entusiasmo. Unos aplauden, otros patean. En Rusia se suben al escenario y te inundan de flores. Y los japoneses también se suben. Allí es muy exagerado porque te cogen del traje, lloran... Yo al principio me asusté.
XL. ¿Y qué le gusta oír para relajarse?
M.C. A Haydn. Porque te eleva, te da paz. Siempre lo he escuchado. También a Bernstein.
XL. ¿Y de lo más actual?
M.C. Me gustó cantar con Freddy Mercury, con Danny Kaye, con Sinatra... De jovencita, me encantaba Elvis Presley, por el ritmo. Y, ahora, Carlos Cano, Raphael, Serrat...
XL. Lo que no cambia para un cantante, cualquiera que sea el escenario, es el calor del público. Eso debe de ser insustituible, ¿no?
M.C. Sí, lo es. Yo, desde luego, mientras tenga voz, no pienso retirarme. La gente está empeñada en que hace muchos años que canto y que tendría que hacer solo algunos bolos. Pero los próximos tres años los tengo llenos. Vamos a Shanghái, Brasil, Japón... Una larga tournée por Ucrania y Rusia.
XL. Callas la nombró su sucesora.
M.C. Era una exagerada. A ella no la podía suceder nadie, era única.
XL. Y a usted, ¿quién puede sucederla?
M.C. Ainhoa Arteta. Es espléndida, con una voz maravillosa y una gran técnica. Como me pasó a mí, la patria a veces reconoce a los suyos tarde.

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