domingo, 22 de julio de 2012

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Montserrat Caballé: ´Me queda todo por hacer



Montserrat Caballé celebra durante el 2012 los cincuenta años de su debut en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona. Para ello cuenta con una repleta agenda de actuaciones por Cataluña–Reus, Vic, Granollers, Manresa, Lleida, Viladecans y El Vendrell–, también por el resto de España –Valencia, Madrid, Marbella, Bilbao y Oviedo– y mundo a través –Atenas, Shanghai, Berlín, Viena, además de giras por Rusia, Ucrania, Brasil, Suiza y Austria–.
La conmemoración tan sólo es un alto en el camino, puesto que la soprano conserva una actitud perenne de curiosidad y trabajo. Los años no sacian el espíritu de aprendizaje que ella alimenta con la convicción de no desperdiciar ni un ápice de su tiempo.
Es una mujer airosa, de figura característica, cuya estatura discreta no le impide pisar la vida con aplomo, aunque a ratos necesite sus muletas. Los achaques, no obstante, encuentran reparación, como estos ojos nuevos renacidos de una intervención de cataratas, que se deslumbran aún más ante la claridad con que se le presentan las circunstancias.
Nadie diría que el impacto de la Guerra Civil y los duros tiempos de la posguerra dejaran una huella tan determinante en su alma infantil. También persisten en la memoria los orígenes humildes de la familia que, a pesar de las precariedades, la empujó hacia la carrera musical a la que ya apuntaban sus dotes naturales.
Como embajadora de buena voluntad de las Naciones Unidas, Caballé alberga un sentimiento natural de servidora porque está convencida de que ha venido a este mundo para ayudar a los demás. Cada vez que acude en socorro de los más necesitados, llevándoles alimentos, se siente útil.
Puede que se reproche cierto aire nervioso y un carácter poco pacienzudo, pero es tan dueña de sí misma que rehúye las medias tintas y se lanza a la acción sin pensárselo dos veces. Afable y bonachona, trasmite tanta fuerza de orgullo como temple de humildad. Blande la reacción risueña como arma que la distancia de toda posible preocupación.
En un momento de la entrevista en que confiesa que la encontraron anémica, suelta una sonora carcajada para subrayar que aquello no cuadra con su físico. El tesón de su temperamento no impide que, junto a las risas, por sus mejillas, de vez en cuando también desfilen los llantos. Combativa pero pragmática, sabe que no puede cambiar el mundo, por lo que se siente cómoda cambiando ella al compás de los demás.
El violoncelista Pau Casals y usted han sido de los pocos artistas que han actuado en la Casa Blanca. Él lo hizo ante el presidente Kennedy en 1961 y usted fue invitada por Nancy Reagan a una gala en honor del rey Fahd de Arabia Saudí en 1985.
Sí. Y por cierto, el rey Fahd me pidió que cantara Rossini. Ahora voy a contar algo que se sabe poco. Cuando yo estudiaba en el conservatorio del Liceu, en 1954, mi profesora Conchita Badia me acompañó a Prada de Conflent para conocer a Pau Casals. Ella me animó a que le cantara algo y yo interpreté el Romanç de Santa Llúcia de Toldrà, a lo que el maestro respondió: "Pero, ¿qué hace esta chica estudiando? Tiene que cantar ya". Entonces, al cabo de poco, se organizó un concierto en el palacio Güell, cerca del final de la Rambla, en Barcelona, a beneficio del hospital de Sant Pau. Allí canté por primera vez en público. Entre otras piezas interpreté el Ària de la Mare de Déu de El pessebre, obra que Casals estrenó después y en la que durante el año 1961 participé durante los conciertos que se dieron en Asís, Florencia, Ginebra y Toulouse, donde, por cierto, también intervino el Orfeó Català.
¿Quién le contagió la pasión por la música?
Mis padres eran grandes aficionados. A los ocho años, ya estaba estudiando en el Liceu. Mi padre me decía: "Tienes que cantar porque tienes voz para ello". Con diez años me llevaron a ver Madama Butterfly, una función que protagonizaba Victoria de los Ángeles. Fuimos al quinto piso del Liceu, que es donde se oye mejor, y fue una maravilla.
¿No hay antecedentes en la familia?
Un primo de mi abuelo, Federico Caballé, era barítono de zarzuela. Mi padre me había hablado de él. Con mis padres también íbamos al teatro Principal, donde actuaba la compañía de Marcos Redondo. Allí oí a María Espinalt. Entonces las temporadas de zarzuela eran muy populares. Cuando tenía catorce años, vi a Hipólito Lázaro en Aida. Las primeras lecciones de solfeo me las dio mi madre porque ella había estudiado en un colegio de monjas donde había aprendido a tocar el piano.
¿En qué momento se siente convencida de su vocación?
Cuando estaba en el conservatorio con el maestro Valls, que me daba solfeo y, a su vez, dirigía la orquesta del teatro. En 1952 o 1953, ya canté en el escenario durante una función escolar, aunque la sala estaba abarrotada y no debían de estar solamente los padres. Yo seguí la línea de mis padres, a los que les gustaba mucho la música. Mi padre vio actuar a la soprano María Barrientos.
¿Cuándo empieza a pelearse con el canto?
A los catorce años. El maestro Valls me recordaba continuamente: "Tú harás carrera". También estudié piano. Acabé en 1955. Entre las materias había que aprender italiano, francés y alemán, que son los principales idiomas en los que están escritas las óperas. Y también las materias de la escuela superior, como armonía y composición, porque cuando ensayas con un director de orquesta debes saber discutirle los detalles de una obra y estar convencida de tu opinión. Durante la carrera seguí asimismo clases de baile porque es muy importante saber cuándo la música indica un movimiento u otro.
¿Cómo empezó su repertorio?
La primera ópera a la que me enfrenté fue La bohème de Puccini, después vino Manon de Massenet, Così fan tutte de Mozart y Faust de Gounod, en la que interpreté el papel de Marguerite. También montamos la novena de Beethoven. Con esta misma compañía, salida del conservatorio del Liceu, debuté en el teatro Fortuny de Reus en 1955.
¿Qué le queda de su niñez?
Cumplí 79 años en abril. Cuando vuelvo la vista a mi infancia, a mis tres o cuatro años, recuerdo penurias. Mi padre y mi tío fueron a la guerra. A mi padre lo hirieron en la batalla del Ebro y lo trasladaron al hospital de Figueres. Tengo la imagen de un edificio encarnado enorme con un gran patio con los pacientes llenos de vendas y las monjas con aquellas tocas enormes paseando por allí.
¿Vivió los bombardeos?
Tengo el recuerdo de bajar a los refugios antiaéreos de la ciudad. Mi padre me decía que el destello de las bombas eran fuegos artificiales. Lo decía para no atormentarme, claro.
¿Estuvieron siempre en Barcelona?
Mi padre se recuperó de las heridas en una masía de unos amigos, situada cerca de Vallvidrera. Estoy viendo como si fuera ahora nuestra llegada a la estación. De allí caminamos hacia la casa a través del túnel del tren buscando uno de los respiraderos por el que ascendimos hasta aparecer en pleno bosque para proseguir el camino que conducía a la masía. Recuerdo que jugaba con otros niños que estaban allí, los hijos de los amigos de mi padre. Después, él se refugió en Andorra.
¿Cuándo volvieron a casa?
En 1940. En Andorra conocimos a la familia del escultor Josep Viladomat. Su hijo Francesc me daba clases de esquí. El artista se inspiró en mi cara para esculpir la figura de una niña que fue colocada en la plaza del Ayuntamiento de Andorra la Vella.
¿Su hermano nació después de la guerra?
Nos llevamos ocho años. Yo nací en el barrio de Gràcia, en la calle Igualada, y él, cuando vivíamos en el Guinardó. Mi familia era muy modesta, sin apenas recursos. Estuvimos un tiempo en la Travessera de las Corts, pero tuvimos que dejar el piso y durante un mes incluso pernoctamos en los pasillos subterráneos de la antigua avenida de la Luz. Aquello sí que era contacto con el aire libre y la luz natural€ Mi padre decía que aquella experiencia era la mejor universidad.
¿Hasta cuándo disfrutó de sus padres?
Por suerte pudieron seguir buena parte de mi carrera, sobre todo mi padre, que murió en 1995. Mi madre murió antes, en 1987.
Acaba de celebrar los cincuenta años de su debut en el Liceu. ¿Qué le queda por hacer?
Todo. No hay nada mejor en el mundo que el hecho de aprender. Es la clave de la vida. Si no, te sientas en un sillón y se acabó. Las horas perdidas no tendrían que existir nunca. Una profesión es la dedicación de toda una vida.
¿Fue duro empezar la carrera con un Richard Strauss?
Las obras straussianas están llenas de inspiración. Conviene sentir sus momentos mágicos. Incluso cuando se dice que hace ruido con la orquesta lo hace con armonía. Los coros judíos de Salomé son armoniosos.
Se considera a Strauss muy rupturista.
Pero si es el último tardorromántico... En música hay que calibrar dónde acaban los románticos. Yo me acostumbré a sus melodías, realmente abrumadoras. No hay que olvidar que el compositor es el verdadero artista. Cada compositor tiene su propia clave y hay que esforzarse en encontrarla.
¿Qué tiene Verdi que no gusta a los wagnerianos y qué tiene Wagner que no gusta a los verdianos?
Los verdianos han consagrado a Verdi como valor supremo, y los wagnerianos han hecho lo mismo con Wagner. Cuando chocan dos religiones siempre es a vida o muerte. Si se entiende no sólo su obra sino su estilo, puedes inclinarte por uno, pero no menospreciar al otro. Wagner era un virtuoso, Verdi también. Y Verdi también fabrica ruido como Wagner. El Parsifal es inspiradísimo. Wagner lo sentía así. No hay mucha gente que tenga la suerte de entender eso. Para muchos, Otelo, de Verdi, es el súmmum, pero si no se entienden los sentimientos del personaje hacia Yago, no se entiende nada. Pocos cantantes se ponen al servicio de lo que escribe el compositor. Creo que es una equivocación. Hay que servir los planteamientos de la obra para que llegue al público.
¿Cuándo se aprecia que esto no es así?
Yo viví 23 años en Nueva York. En una ocasión fuimos a escuchar a un tenor espectacular que actuaba en Filadelfia, de quien me callo el nombre. Cuando ves que uno retrocede o avanza por el escenario según su conveniencia, o que da más o menos potencia a la voz por el mismo motivo, entonces es un traidor.
Volviendo a Wagner y Verdi. ¿Con cuál de los dos compositores se siente más identificada?
He cantado menos a Wagner, pero antes tampoco había hecho nunca bel canto, que no quiere decir otra cosa que cantar bien. Cuando tuve que enfrentarme a Lucrecia Borgia de Gaetano Donizetti en el Carnegie Hall de Nueva York, no sabía cómo empezar. Pregunté a Carlo Felice Cillario y me dijo que había que cantarlo como el Così fan tutte de Mozart. Así lo hice y todo fluyó con naturalidad. Era más sencillo de lo que me pensaba. Cada ópera tiene su camino.
¿Qué personas han sido punto de referencia en su vida?
En 1961 quería abandonar mi carrera. Había padecido una anemia colosal después de interpretar una serie de papeles difíciles. Tuve que someterme a dieta, comer hígado crudo y manzanas. Encontraron que estaba desnutrida€ parece mentira, ¿no es así? Entonces mi hermano Carlos me propuso un contrato de un año antes de decidirme. En 1962 me consiguió contratos en Lausana, Lisboa€ fue el pedestal de mi carrera. Su opinión fue decisiva, si no, habría tirado la toalla. También fue decisivo a la hora de convencerme de que Bernabé Martí(tenor y su esposo) era el hombre de mi vida.
Usted, que es especialista en la voz, ¿qué aspectos cree que hay que cuidar más para canalizarla óptimamente?
La base es la respiración y respirar todo el mundo sabe. A un niño no hay que enseñarle. Luego, la voz sale de ahí, conviene cultivarlo.
¿Tiene futuro la ópera más allá de los tardorrománticos? ¿Qué opina de la música atonal?
Las óperas que se componen con inspiración consiguen prosperar y llegan perfectamente al público. Muchas de las que se elaboran a través del ordenador, cosa perfectamente lícita, son como máquinas, no estamos ante música viva. No obstante, mi hija se enfrentó recientemente a la adaptación operística de La casa de Bernarda Alba de Miguel Ortega. Al principio le costaba entender la obra, pero al escuchar la maqueta se dio cuenta de que allí había creatividad.
¿Cree que la zarzuela es un género chico?
La zarzuela es un género muy difícil, tanto la zarzuela castiza como la antigua. Es un género malogrado. Para cantar bien las zarzuelas se necesita voz y dicción. Una voz valiente y una dicción clara. Yo creo que ahora está menospreciado el hecho de cantar zarzuela. A veces he pensado que es porque las zarzuelas están escritas en castellano. A pesar de ello, yo que he trabajado con Emilio Sagi, me acuerdo de una representación de Doña Francisquita de Amadeu Vives en Viena en la que se hundía el teatro de tanto fervor.
Siempre se ha interesado por todo tipo de música, el pop, el flamenco€
En Estados Unidos, el pop es de uso corriente, aunque las veces en las que he intervenido en este género ha sido por causas esporádicas, algunas relacionadas con mi condición de embajadora de buena voluntad de las Naciones Unidas. Me ha gustado cantar junto a Barbra Streisand y Frank Sinatra.
¿Campo o ciudad?
Campo. Soy una enamorada de la zona de Les Llosses, en el Ripollès, y siempre que puedo me escapo a la casa que tengo allí.
¿Qué ha significado la maternidad en su vida?
Siempre quise tener bebés y he tenido dos. Me casé muy enamorada. Siempre recuerdo que fue mi hermano el que dio el empujón definitivo.
¿Cómo se lleva la salud con usted?
Los médicos siempre me dicen que tengo una mala salud de hierro. Cuando caigo, me rehago. Soy como el ave fénix. Es muy importante tener siempre el máximo de voluntad.







cd

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